domingo, 27 de septiembre de 2009

Carne de toro de lidia en la primera corrida de la Feria San Miguel




Francisco B. Carrera

Entre la caída finalmente confirmada del Cid del cartel del sábado de San Miguel y los nubarrones que cubrieron Sevilla durante toda la tarde, las expectativas no podían ser demasiado elevadas, pero como siempre, Sevilla se ilusiona cuando viene Morante. Quedándose en un mano a mano atractivo, la Maestranza registró otro lleno, al igual que la Caja de Pagés, que se nutre del dinero de esas entradas y abonos que parece ser que no llega para traer buen ganado. Los toros de Parladé que le tocaron a Morante y Castella dieron al traste con la ilusión de la afición y la disposición de los toreros, ya como de costumbre en los últimos años. Lo mejor de la tarde es que al final no nos mojamos.
Morante pisaba la Maestranza de nuevo tras sus dos genialidades en Feria, y Sevilla esperaba reencontrarse con el duende entre los vuelos de su capote. El de la Puebla comenzó con la moral por las nubes, después se le bajó a las tejas y los arcos de la grada y terminó revolcándose en el suelo, rebozada en albero como el macho que se desprendió de su hombrera mientras permanecía atento al quite durante la lidia del primero de Castella. Se encontró con tres rivales inconsistentes que no le dejaron más que demostrar su aplomo y dejar algunos detalles del toreo del cigarrero. En el primero, a la postre el mejor animal de la corrida, de los pocos que repitieron en los engaños, consiguió enjaretarle varias series ligadas y rezumantes de temple, toreando con parsimonia en una faena que comenzó echándose la muleta a la izquierda ya en los primeros compases de una faena en la que se mostró poderoso y firme. Con profundidad y lentitud, Morante comenzó la tarde dándole a Sevilla lo que ésta le pedía: toreo de esencia, barroco sin estridencias y con la firma inconfundible del gran maestro actual de la escuela sevillana. Tras un trasteo intenso y prolongado, tenía Morante ya la primera oreja y la ilusión de los tendidos abarrotados en la mano, pero en la otra tenía la espada, enfrente el toro, y encima la mala suerte de la suerte suprema, la que priva de la vida al toro y del triunfo al torero, como así fue. Morante desde el callejón agradeció la ovación sin salir a los tercios, gesticulando para dar a entender que en el siguiente respondería a la petición, pero no pudo ser. Su segundo rival ya venía anunciando por el nombre, Dubitativo, que no estaba muy por la labor de la brega. Estuvo dubitativo ante el capote de Morante, que se estiró y dejó verónicas de las suyas para continuar en la línea de entrega que no pudo continuar mucho más, ya que en el caballo dubitativo se mostró haciendo honor a su nombre, permaneciendo durante varios minutos dudando si entrar o no al peto. La constancia de Cristóbal Cruz fue agradecida con una ovación al del castoreño tras haberse puesto firme y conseguido atraer al toro a sus dominios, haciendo éste ya los primeros extraños de los que el Lili fue víctima al encontrarse con todo un papelón cuando intentó hasta en cuatro ocasiones colocarle el tercer par de banderillas. Tuvo que poner tierra de por medio y dejar por inconcluso un tercio en el que el toro además se llevó capotazos por todos lados, con lo que prácticamente quedaba visto para sentencia. Al primer encuentro con la muleta de Morante perdió las manos, entraba caminando sin ganas y cabeceando a los lados, defensa de manso y actitud previsible en el torero, que decidió abreviar y no aburrir al personal, probando apenas en un macheteo la invalidez del rival y soltándole un bajonazo tras el que se retiró visiblemente decepcionado ante la imposibilidad de levantar la tarde. Con el quinto se mostró también dispuesto y logró dibujar algún destello de su toreo ante el rival que le soltaron y debían haber devuelto, cojo, desclasado y manso, con el que el de la Puebla no pudo más que torear en redondo en un par de tandas por la derecha, sin encontrar respuesta por la izquierda y teniendo que quedarse quieto, viendo como el animal hacía caso omiso a los continuos toques de la muleta y se apagaba definitivamente como la entrega del torero. Lo desarmó un par de veces a base de cabezazos sin clase ninguna y se encontró con una espada certera como debía haber sido la del primero… y hasta ahí llegó todo lo que pudo dar Morante en su última comparecencia en Sevilla en éste Dos Mil Nueve.
Como era también la última de un Castella que terminó mucho más contento aunque en términos totales no pasó de ser una tarde complicada la del francés, que fiel a su concepto de toreo de quietud y cercanías, se empeñó quizá más de lo debido con sus tres adversarios. Su primero le fue devuelto al corral por algún defecto en la visión que le hacía que no entrase al peto si no a metro y medio del caballo, haciendo lo mismo en los capotes, y con el sobrero que le dejaron para que hiciera con él lo que pudiera extendió en demasía un trasteo complicado en el que perdió los trastos en varias ocasiones y se llevó un golpe con la testuz del toro en el plexo solar. En líneas generales vacía la faena, de tesón pero sin hilvanar nada reseñable. En su segundo, más de lo mismo, mucha perseverancia, obstinado el torero y desentendido el toro, recto y quieto Castella sin encontrar mayor premio que alguna repetición suelta con la que pudo construir alguna tanda meritoria. Así, salió a comerse al sexto, con el que desplegó todo su repertorio de escalofríos, cambiados por la espalda, circulares en redondo y derechazos profundos. No era mucho mejor el toro pero al menos le respondía y reponía la embestida con prontitud, permitiendo a Castella deshojar una faena con algo más de historia, bien definida y coordinando neuronas con testiculina. Levantó hasta tres ovaciones en una sesión de muletazos rápidos que concretó en tres series siempre con la muleta montada, al no dejar claro el toro que por el izquierdo fuera a dejarse querer, y dejó un estoconazo que le valió por fin una oreja de peso relativo, ya que no fue tanto un premio a ésta última faena, sin desmerecerlo ella en ningún caso, como un agradecimiento a la entrega mostrada en la lidia de sus tres toros. Salió abatido Morante, magullado y satisfecho Castella, con más dinero el empresario y el ganadero y con algunas gotas en los hombros el público, al que al final nos cayeron alguna mijita (en Sevilla le llamamos mijear a lo que en el norte llama txirimiri u orbayu) mientras paseaba el francés su trofeo. El resultado final: una oreja que se llevó Castella y una tonelada y pico de carne para filetes, y si sirve.

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